Martín era un joven profesionista que estaba a punto de cumplir 26 años. Desde que terminó su carrera profesional hacía cinco años tenía la meta de independizarse y poner su propio negocio. Su carácter era un poco rebelde y no le gustaba tener jefes que coartaran su creatividad y libertad de acción.
Era ingeniero industrial y estaba terminando su maestría en administración. Desde la adolescencia se dio cuenta que le gustaba la escuela. Como su padre era obrero y su mamá era ama de casa la única opción que veía era estudiar en una universidad pública. Es más, ni siquiera sabía que existían las universidades privadas, no estaban en su mundo social. Por su inteligencia y dedicación al estudio a partir del tercer semestre se ganó su beca, que aunque no era mucho dinero, para él era una fortuna. Ya podía darse algunos lujos de comprar algunos libros y ropa e irse a comer o pasear de vez en cuando con sus amigos.
Trabajaba en el Tec de Monterrey como profesor de tiempo completo y participaba como instructor y consultor en los temas de calidad y productividad que demandaba la industria automotriz en aquellos años los ochenta, cuando todavía no empezaba la norma ISO 9000.
ÉL era muy bueno para interactuar con la gente, le gustaba estudiar y enseñar. Desde joven supo que se dedicaría a compartir sus conocimientos frente a grupos. No tenía miedo de hablar en público ni de de buscar la forma sencilla de explicar temas difíciles, desde entonces pulió su habilidad de sintetizar. De hecho, esta convencido que un buen empresario o un buen director de empresas necesita esta la capacidad de sintesís para tener éxito. Entender la confusión externa y traducirla en una conclusión interna es de vital importancia para tomar decisiones y seguir caminando.
En la capacitación utilizó los recursos tecnológicos existentes: pizarrón verde, pintarrón, rotafolio, proyector de acetatos. Ya después siguió incorporando la tecnología disponible como la computadora, el cañón y la pantalla.
La confianza y la seguridad en sí mismo fueron otras dos cualidades que cultivó. Frente a grupos siempre las demostraba y por consecuencia la gente hacía caso de lo que decía. Ya después en consultoría estas dos cualidades serían de gran valor en los procesos de planeación estratégica y de consultoría para dirigir el esfuerzo de la gente hacia el cumplimiento de sus metas personales y empresariales. Generalmente sabía dar una buena respuesta a las preguntas, primero de sus alumnos y luego de sus clientes y consultores. Si había cosas que no sabía se ponía a estudiar. Pero frente a la gente se esforzaba por demostrarles que sí sabía.
Martín era maduro para su edad. Se casó a los 23 años. Fue papá a los 24. Y ya tendría completa su familia a los 29. Parecía como el personaje de “Pancho López”. Iba muy rápido en la vida. Ahora la meta que se había forjado de tener su propia empresa iba surgiendo en su mente y se iba gestando día a día en su corazón. Tendría que ser un negocio más intelectual que manual porque a él no le gustaba mucho la producción, las fábricas ni los negocios de alimentos. Se veía en un negocio del conocimiento.
Los cimientos que le permitirían escoger el negocio que le daría su libertad y le permitiría tener su desarrollo personal, familiar y empresarial empezó desde que regularizaba alumnos para entrar a secundaria y preparatoria. La creación de su despacho de consultoría sería uno de sus mayores logros en su vida.
Finalmente, esa tarde de octubre de 1986 al terminar su sesión de consultoría en la planta de Dupont, ubicada en Tequesquinahuac, uno de los dos clientes que le había asignado el Tec de Monterrey, tuvo esa visión, un magnífico descubrimiento. Fue el minuto que cambiaría su vida.
“Al ir caminando a la salida de la empresa y justo antes de llegar a la caseta de vigilancia volteé lentamente hacia atrás, miré el edifico de Dupont con el sol detrás de él y embelesadamente por unos segundos miré el cielo y más allá del infinito miré mi futuro. Dije para mí mismo en voz baja:
- Quiero tener clientes grandes como este — me refería a Dupont —.
- Quiero ser consultor de empresas.
- Quiero tener el prestigio de ayudar a las empresas a que sean mejores.
- Quiero tener una empresa de consultoría.
- Quiero ser independiente.
- Quiero ganar mucho dinero”.
Con un rostro sonriente e iluminado como el de Moisés después de haber bajado de la montaña y haber hablado con Jehová, Martín había fusionado en un segundo su pasado, su presente y su futuro. A partir de allí decidió concluir su maestría y concluir su relación con el Tec de Monterrey. Estaba decidido. Incluso ya tenía en mente quienes serían sus socios: su esposa y su mejor amigo de la universidad.
Durante los siguientes años siguió acumulando experiencia en la industria, trabajó para General Motors, luego estuvo como consultor independiente. Finalmente el 16 de marzo de 1990 nació ante el notario público su nueva empresa de consultoría. No había hombre más contento en este mundo. Ese día él puso la primera piedra de lo que en futuro sería una empresa que le ayudaría a cumplir su sueño de atender tanto empresas grandes como empresas con mucho potencial. En su despcahco dio trabajo a mucha gente, contrató consultores hechos y derechos, y formó a muchos consultores.
Y de manera generosa ha seguido compartiendo sus conocimientos y experiencia por todos los medios a su alcance: personalmente en la consultoría, con cursos presenciales y virtuales, con artículos, con conferencias, con infografías, con su blog.
Hace más de treinta años que nació ese consultor.
Hoy su ejemplo ha motivado a muchos a otros a descubrir su vocación profesional. Por lo que se ve el seguirá en el negocio de la consultoría por muchos años más, si ya no tanto en acción directa frente al cliente si dando dirección y coaching a sus equipos de consultoría. Ha atendido empresas grandes y aunque no gana mucho dinero, si gana lo suficiente para vivir bien.
Al final del camino un buen epígrafe sería “Aquí yace un hombre que nació para aprender y para enseñar”.
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