Líder | Consejos prácticos para convertirte en líder. 1a.parte

Guillermo Chavarría Valverde

En estos tres artículos, queremos por un lado, invitarte a hacer algunas reflexiones sobre el poder y la autoridad y su relación con el liderazgo y, por otro, revisar algunas técnicas para influir en los seguidores. Esperamos que pongas en práctica los consejos que te proporcionamos y que, día tras día, te vayas convirtiendo en el líder que estás decidido a ser.

Para empezar, permíteme contarte un cuento

Había en un lejano país un señor feudal. Su poderío era equiparable con su crueldad. En su territorio imperaba su ley y a los campesinos les estaba prohibido hasta mencionar su nombre. El pueblo vivía oprimido por los alguaciles que él designaba y agobiado por los recaudadores de impuestos, que les quitaban las pocas monedas que podían obtener vendiendo sus cosechas, sus vinos o sus trabajos manuales.

Este señor feudal, de nombre Nolav, contaba un poderoso ejército del cual surgían, cada determinado tiempo, algunos jóvenes oficiales que intentaban algún motín para derrocarlo. Pero el tirano doblegaba todos esos intentos a sangre y fuego.

El sacerdote del pueblo era tan bondadoso como malvado el gobernante. Un hombre respetuoso de su fe y que dedicaba su vida a ayudar a otros y a enseñar todo lo que sabía. Compartía su casa con quince o veinte discípulos que seguían su camino y aprendían de cada uno de sus gestos y palabras.

Un día, después de la oración matinal, reunió a sus discípulos y les dijo:

-Hijos míos, debemos ayudar a nuestro pueblo. Ellos podrían luchar por su libertad pero el Señor de la Tierra les ha hecho creer que tiene demasiado poder para que los hombres y mujeres se animen a enfrentarlo. El miedo por Nolav ha crecido con ellos y, a menos que hagamos algo, morirán esclavos.

-Lo que tú digas será hecho —contestaron al unísono.

-¿Aunque les cueste la vida? —preguntó.

-¿Qué es la vida si, pudiendo ayudar a un hermano, no lo hacemos? —contestó uno de los discípulos que hablaba como vocero de todos.

Llegó el día quinto del tercer mes. Ese día se festejaba en el palacio el cumpleaños del amo. Y por única vez en el año, el Señor de la Tierra paseaba en su carruaje alrededor del pueblo. Rodeado por una fuerte custodia y ataviado con trajes bordados en oro y piedras preciosas, Nolav inició su paseo esa mañana.

Se había publicado un decreto que ordenaba que todos los campesinos debían postrarse ante el paso del carruaje real en señal de respeto.

Para sorpresa de todos, a pocas cuadras del palacio, el carruaje pasó por una calle y uno de los súbditos permaneció de pie a su paso. Los guardias lo detuvieron de inmediato y lo llevaron ante el Señor.

-¿No sabes que debes inclinarte?

-Lo sé, Alteza.

-Y de cualquier forma no lo hiciste.

-No lo hice.

-¿Sabes que te puedo condenar a muerte?

-Eso espero, Alteza.

Nolav se sorprendió de la respuesta, pero no se intimidó.

-Bien, si ésta es la forma en que quieres morir, al atardecer el verdugo se ocupará de tu cabeza.

-Gracias, mi señor —dijo el joven y se arrodilló sonriente.

De entre la multitud, alguien gritó:

-Mi Señor, mi Señor, ¿puedo hablar? El dictador le permitió acercarse.

-Dime.

-Permitidme, mi señor, que sea yo y no él quien muera este día.

-¿Estás pidiendo ser ejecutado en su lugar?

-Sí, Señor, por favor, siempre os fui fiel. Permitídmelo, por favor.

El amo se sorprendió y preguntó al condenado:

-¿Es tu familiar?

-Jamás lo vi en mi vida. No le permitas reemplazarme, la falta es mía y es mi cabeza la que debe rodar.

-No, Alteza, la mía.

-No, la mía.

-La mía.

-¡Silencio! —gritó el Señor—, puedo complaceros a los dos. Ambos serán decapitados.

-Bien, Majestad, pero por ser el primer condenado creo que tengo derecho a ser el primero.

-No, Señor, ese privilegio me pertenece a mí, que ni siquiera he ofendido a su Alteza.

-¡Basta ya! ¿Qué es esto? —gritó Nolav. ¡Callaos y os concederé el privilegio de ser ejecutados a la vez; hay más de un verdugo en esta tierra!

Una voz se alzó entre la multitud:

-En ese caso, Señor, yo también quiero estar en la lista.

-Y yo, Señor.

-¡Y yo! —gritó otro allá entre la multitud.

El señor feudal estaba atónito. No entendía qué estaba pasando. Y si había algo que ponía de mal humor al dictador era que sucediera algo que él no pudiera comprender.

Cinco jóvenes sanos pidiendo ser decapitados era algo incomprensible. Entrecerró los ojos para reflexionar. En pocos segundos tomó una decisión. No quería que sus súbditos pensaran que le temblaba el pulso.

— ¡Serán cinco los verdugos! –fue lo que decidió.

Pero cuando abrió los ojos y miró a la gente reunida, ya no eran cinco sino más de diez las voces que reclamaban ser ejecutados y las manos seguían levantándose.

Esto era demasiado para el poderoso señor feudal.

-¡Basta —gritó—, se suspenden todas las ejecuciones hasta que yo decida quiénes van a morir y cuándo!

Entre las protestas y los reclamos de los que querían morir, el carruaje regresó al palacio.

Una vez allí, Nolav se encerró en sus habitaciones y se dedicó a pensar sobre el tema.

De pronto, se le ocurrió una idea. Mandó traer al sacerdote. Él debía saber algo sobre esta locura colectiva. Rápidamente salieron a buscar al anciano y lo llevaron ante el señor feudal.

-¿Por qué tu pueblo se pelea por ser ejecutado?

El anciano no respondió.

-¡Responde!… Silencio.

-¡Te lo ordeno!… Silencio.

-No me desafíes. ¡Tengo maneras de hacerte hablar! …Silencio.

El anciano fue llevado a la sala de torturas y sometido a los peores tormentos durante horas, pero se negó a hablar.

El tirano mandó a sus guardias al templo a buscar a algunos de sus discípulos. Cuando estuvieron allí, les mostró el cuerpo dañado del maestro y les preguntó:

-¿Cuál es la razón de que los hombres quieran ser ejecutados?

Con un hilo de voz, el anciano sacerdote gritó:

— ¡Les prohíbo hablar!

El Señor de la Tierra sabía que no podría amenazar con la muerte a ninguno de los que allí estaban, así que les dijo:

-Haré sufrir a su maestro los peores dolores que un hombre ha concebido. Y los obligaré a presenciarlo. Si aman a este hombre, díganme el secreto y luego todos podrán irse.

-Está bien —dijo uno de los discípulos.

-Cállate —dijo el anciano.

-Continúa —dijo Nolav.

-Si alguien muere ejecutado en el día de… -empezó el discípulo-

-¡Cállate! —repitió el anciano—. Maldito sea tu pueblo si revelas el secreto.

El Señor hizo un gesto y el viejo recibió un golpe que lo dejó inconsciente.

-Sigue —ordenó.

-El primer hombre que muera ejecutado en el día de hoy, después de la puesta del sol, se volverá inmortal.

-¿Inmortal? ¡Mientes! —dijo Nolav.

-Está en las Escrituras —dijo el joven y, abriendo un libro que traía en su bolso, leyó el párrafo que lo confirmaba.

—¡Inmortal!, —pensó el señor feudal— .

Lo único que el dictador temía era la muerte y aquí estaba la posibilidad de vencerla. “Inmortal”, pensó.

El Señor no dudó un momento, pidió papel y pluma y ordenó su propia ejecución.

Corrieron a todos del palacio y al caer el sol, Nolav fue ejecutado según lo había ordenado.

El pueblo se libró así de su opresor y se levantó a luchar por su libertad. Algunos meses después, todos eran libres.

Al señor feudal, nunca más nadie lo mencionó, salvo la noche de su ejecución en que los discípulos, mientras curaban las heridas de su maestro, recibían de él su bendición, por haber arriesgado sus cabezas y también su felicitación por tan maravillosa actuación.

¿Quién crees que era mejor líder? ¿El señor feudal o el sacerdote?

 Este artículo continuará en la segunda parte.

 

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